Por: Sebas E. Alonso

The Killers están demostrando no tener la conciencia de grupo de Coldplay y U2, cuyas formaciones nunca han cambiado. En su álbum del año pasado ‘Imploding the Mirage‘ faltaba el guitarrista Dave Keuning; en este, el bajista Mark Stoermer; y lo que es peor: hace rato que es evidente observando los créditos que el supuesto invitado Jonathan Rado de Foxygen es el segundo miembro más importante de The Killers después de Brandon Flowers. A estas alturas, costaría una tesis doctoral explicar qué diferencia un álbum de la banda de uno de los dos que el cantante lanzaba en solitario hace unos cuantos años. Y sin embargo, la falta de estabilidad en la formación de The Killers no está conllevando una pérdida de calidad en sus discos. Todo lo contrario.

Ya en 2020 nos advertían que volverían enseguida con un nuevo largo y bien diferente. ‘Pressure Machine’ mantiene la mirada fija en el catálogo de Bruce Springsteen, solo que prefiriendo en este caso al Boss más introspectivo, el de ‘Nebraska’. La influencia de Fleetwood Mac del álbum anterior se reduce al mínimo y en este caso cabe incluso más bien hablar de Bob Dylan teniendo en cuenta el protagonismo de las armónicas en temas como ‘West Hills’ y ‘Terrible Thing’, o incluso de The National por el tipo de piano de la primera.

‘Pressure Machine’ dista de ser un disco formado por descartes de ‘Imploding the Mirage’ para presentarse como un álbum conceptual sobre los años que Brandon Flowers pasó en una comunidad de 5.300 personas llamada Nephi, en el estado de Utah. Un lugar que define como «sin semáforos, con una fábrica de goma, campos de trigo y las West Hills» y que asegura que en los años 90 habría colado por continuar en los años 50 «si no llega a ser por los avances de la industria automovilística».

Brandon vivió allí de los 10 a los 16 años, es decir, una edad fundamental en la formación de cualquier persona, y ahora recuerda las historias que allí vivió y le traumatizaron, redecorando algunas. Un cúmulo de historias tan personales para el cantante que el batería Ronnie Vannucci Jr ha tenido que ampararse en la pandemia para empatizar: «Durante el covid-19, era como si todos estuviésemos también en medio de la nada», ha declarado.

En cualquier caso, el álbum cuenta con una versión con locuciones de corte narrativo, al modo de ‘Ride this Train’ de Johnny Cash (1960), en este caso dando voz a personajes que nos van a contar diferentes historias. Ya ‘West Hills’, la primera canción, nos deja claro que vamos a asistir a diferentes perspectivas cuando escuchamos hablar a una persona que jamás ha salido de Nephi y a otra indicar con orgullo que es un «buen lugar para vivir y criar a los niños». Por un lado, es un lugar donde emprender historias de amor, aunque terminen tan mal como casi todas las historias adolescentes (‘Runaway Horses‘) y con lugar para la esperanza (la final ‘The Getting By’). Por otro, es un lugar completamente hostil para ciertas personas.

Con esas aristas, sin ocultar la parte cruda de la realidad, el artista que un buen día tanto nos cantó sobre Las Vegas ahora consigue llevarnos a un lugar del que de otra forma jamás habríamos oído hablar. ‘Sleepwalker’ habla sobre el uso de armas por parte de menores; ‘In Another Life’, sobre el consumo de drogas; Brandon ha escrito ‘Terrible Thing’ impresionado por averiguar que algunos amigos de su infancia eran gays pero no podían expresarlo; y la composición más ambiciosa del disco -que no la mejor conseguida- es ‘Desperate Things’, en la que un policía trata de rescatar a una mujer de un hombre maltratador. Flowers, que dice haber aprendido a escribir canciones de más de dos estrofas de Bruce Springsteen y John Prine, añade aquí en las últimas líneas su propio desenlace a una historia que fue real, aportando el asesinato del marido. Habla de «murder ballad» en referencia a Nick Cave.

A Brandon se le da mejor explicar sus canciones en el imprescindible «track by track» de Apple Music que escribir letras en sí, a veces demasiado redundantes, a veces demasiado cortas, lo que no quita que sus avances sean loables: está madurando mucho mejor que Chris Martin. Ayuda su voz que siempre copió de Roy Orbison, y además sabe cómo utilizarla. No necesitas saber mucho inglés ni documentarte para sumarte a tararear el precioso estribillo coral de ‘Cody’ («We keep on waiting for the miracle to come») o el de ‘Pressure Machine’, una canción en la que no hay cantante invitada a lo Phoebe Bridgers: es el propio Brandon quien se encarga de las notas más agudas.

En lo musical, ‘Pressure Machine’ es un disco que juega muy bien sus cartas y que es un acierto que no se haya presentado con ningún sencillo en particular. Supongo que era una tentación introducirlo al mundo con la canción más rockera, ‘In the Car Outside’, pero no es la más representativa, ejerciendo más bien de bastión en una cara B también realzada con ‘In Another Life’ y sobre todo con la mencionada canción titular, de bellísimas cuerdas de corte country. Sumando los sintes aislados de ‘Quiet Town’ (una canción sobre los frecuentes atropellados en el pueblo por el tren) o ese aire puntual a lo Smashing Pumpkins de ‘Sleepwalker’, estamos ante un álbum de lo más completo y variado pero siempre sin alejarse demasiado de Utah. No uno que les devuelva la fama de sus inicios, pues para eso ya tienen el viral permanente e inagotable de ‘Mr Brightside‘, sino otro que les está dando un crédito que nadie adivinó en los tiempos de ‘Battle Born’ (2012).

Fuente: JNSP.

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