Nada predispone menos a ser uno de los puntales necesarios de los Rolling Stones que la templanza casi mística de Charlie Watts, batería legendario de la banda, que ha fallecido en un hospital de Londres a los 80 años. Watts estuvo siempre al margen del ruido de caballería que acompaña desde hace cinco décadas a la formación. No compartía satanismo, ni pasotes, ni insomnios, ni desquicie. Jamás dio un problema en casa. Tampoco dentro de la banda. Era un profesional de lo suyo: sofisticado, culto, elegante, silencioso, capaz de ser invisible cuando convenía.
Y, sin embargo, es un Stone de pureza insobornable. Aunque no se drogó, aunque sólo benía cerveza (y no más de dos o tres latas), aunque se mantuvo junto a su primer mujer hasta ayer, Shirley Ann Shepherd, con quien se casó en 1964. Charlie Watts nunca se manejó en la vida con el afán de estampida bestial de los otros dos bucardos esenciales del grupo: Mick Jagger y Keith Rochards. Si hubiera podido, este hombre habría preferido ser baterista en alguna de las formaciones del saxofonista Charlie Parker. O acompañar con las baquetas algfunas de las noches espléndidas del contrabajista Thelonius Monk. Charlie Watts tenía el jazz como único dios verdadero, pero entendió que le había tocado en la vida ser el de la percusión de los Stone y asumió ese destino con admirable templanza.
Era el mayor de la banda. Nació en Wembley el 2 de junio de 1941, el mismo mes en que los nazis invaden la Unión Soviética y el mundo salta por los aires. Tampoco es mal comienzo. Se va haciendo sitio en los tugurios de rythm and blues de la ciudad con la misma actitud que mantuvo durante su vida: discreto, disciplinado, estudioso. En enero de 1963 conoce a Brian Jones, Jagger y Richards y se suma a los Stone. No fue el primer batería (ese puesto lo ocupó fugazmente Tony Chapman), pero es el único. Para entonces estudiaba arte en la escuela Harrow y había empezado a trabajar en una agencia de publicidad. Tenía su propio grupo, los Blues Incorporated, pero los Stone le querían y le lanzaron una oferta a la que él puso las cláusulas.
En 1963 los Stones iniciaron un sonar a Stones. Charlie Parker fue la base de su sonido. La piedra angular. El espíritu de aquello que despegaba. En 1977, Keith Richards lo dejó claro: “Charlie siempre está ahí, pero no lo deja notar. Hay pocos baterías así. Todo el mundo piensa que Mick y Keith son los Rolling Stones. Si Charlie no hiciera lo que hace con la batería, esto no sería como es para nada. Puedes descubrir que Charlie Watts ES [así, en mayúscula] los Stones “.
No sólo fue el más elegante del grupo, el dandi de aquella ‘troupe’ dispuesta a arrasar y dejarse arrasar, también el que mantuvo la paz social cuando la gabarra que eran los Stones se descompensaba. Tenía, cuando era necesario, un sentido de la responsabilidad inmisericorde. Era el de la última decisión. Era al que jamás se le pisaba en el turno de palabra. Era el que más sabía de cómo ser un Stones sin necesidad de demostrarlo por fuera. Sólo se le conocen, según la biografía de Richards, dos o tres momentos en que saliese del molde. Uno de ellos fue en Ámsterdam, en 1984. Richards y Jagger salieron de juerga después de un concierto. Llegaron al hotel pasadísimos ya las cinco de la madrugada gastaron una broma a Watts, que dormía desde media noche en su habitación. Jagger cogió el teléfono, marcó el de la suite del Charlie y cuando éste descolgó le preguntó: ¿Está por ahí mi batería?”. Veinte minutos más tardes, Charlie Watts, vestido de impecable, con los zapatos destellando, llamó a la habitación de Jagger y al abrir la puerta le calzó un puñetazo con una sola consiga: “Nunca más me llamas ‘tu batería'”. Musicalmente también era inquebrantable.
Cuando los Stones eran ya la banda más plantearia del planeta, Charlie Watts volvió a empeñar más tiempo en su amor por el jazz. Tocó en varias formaciones y fundó una big band, la Charlie Watts Orchestra. Y después formó A, B, C y D de Boogie Woogie, con sonido a la vieja usanza y que integra junto a Axel Zwingenberger (piano), Ben Waters (voz y piano) y Dave Green (bajo), amigo de la infancia. Lo podías ver en garitos de puro jazz, como uno más, tocando, sin tirarse el rollo, ajeno a la purpurina desquiciante de los Rolling Stones.
Él era un músico que quería estar en músico de aquello que más le gustaba, que no era exactamente su primer oficio. La adicción que se le conoce es el blues y el jazz. Y sólo en los 80 se dejó mover algo la silla: “Mis problemas con las drogas y el alcohol eran mi forma de lidiar con problemas familiares… Mirando hacia atrás, creo que fue una crisis de mediana edad. Todo lo que sé es que me convertí totalmente en otra persona alrededor de 1983 y salí de eso alrededor de 1986. Casi pierdo a mi esposa por mi comportamiento”. Lo dijo como el que se redime fuera de las descargas de música y de los estadios con esa descarga de la naturaleza que conforman los fans de los Stones. Charlie Watts tenía estilo propio, sonido propio y espléndido. Su deseo más morboso era haber tocado con Miles Davis y con John Coltrane, a quienes descubrió de niño. Lo dijo como el que se redime fuera de las descargas de música y de los estadios con esa descarga de la naturaleza que conforman los fans de los Stones.
Fuente: El Mundo.