“Songs Of Surrender” no solo no es una excepción, sino que pone de manifiesto y a las claras todos aquellos reproches que pueden llegar a lanzarse contra este tipo de invento en cuestión. El cuarteto apuesta por presentar versiones ralentizadas, semidesnudas o directamente acústicas o al piano de las elegidas, algo que a priori tampoco suena demasiado mal, pero que, dado el resultado, resulta evidente que ha cristalizado en error y en obviedad. La tendencia que preside todo el álbum resalta, sin disimulo y orgullosa, la parte más hortera –excepto contadas excepciones– de las composiciones, guiada en todo momento por la aquí tremendamente autocomplaciente interpretación de Bono. Sucede una y otra vez, en una inercia comatosa que arrastra temas de muy diferentes épocas, pasados por idéntico tamiz y despojadas de toda emoción primigenia (y en algunos casos, de paso, de su dignidad). Una técnica devastadora que, en teoría, debería haber dejado a la luz aquellos valiosos mimbres sobre los que se sustentaron las propias canciones, pero que aquí deriva en recreaciones innecesarias en el mejor de los casos, cuando no en desagradablemente artificiosas o incluso caricaturizadas, en una secuencia que va de “Pride (In The Name Of Love)” a “Sunday Bloody Sunday” pasando por “One”, “The Fly”, “Vertigo”, “Pride (In The Name Of Love)”, “Beautiful Day” o “I Still Haven’t Found What I’m Looking For”, por mencionar solo algunas.
Un movimiento dolorosamente pretencioso para una banda que lleva tiempo a la deriva, facturando discos tan prescindibles como “How To Dismantle An Atomic Bomb” (04), “No Line On The Horizon” (09) o “Songs Of Experience” (17), y que con “Songs Of Surrender” se empeña en poner un clavo adicional (uno bien grande) en ese ataúd en el que descansa su otrora impagable interés creativo. Tras una escucha cargada de banalidad, procede recuperar inmediatamente títulos como “War” (83), “The Joshua Tree” (87), “Achtung Baby” (91), “Zooropa” (93) e incluso “All That You Can’t Leave Behind” (00), último ramalazo hasta el momento de credibilidad artística del grupo. Todo con la intención (casi necesidad) de sanar heridas (el disco duele) y eliminar el incómodo sabor de boca dejado por el lanzamiento, recuperando así las lecturas iniciales de aquellas composiciones que convirtieron a U2 en mito. Las mismas que, con total falta de (auto)respeto, ahora han sido ultrajadas por sus autores.